Antecedentes
La violencia juvenil es una de las formas de violencia
más visibles en la sociedad. En todo el mundo,
los periódicos y los medios de radiodifusión informan
diariamente sobre la violencia juvenil de
pandillas, en las escuelas y en las calles. En casi todos
los países, los adolescentes y los adultos jóvenes
son tanto las principales víctimas como los principales
perpetradores de esa violencia (1). Los homicidios
y las agresiones no mortales que involucran
a jóvenes aumentan enormemente la carga mundial
de muertes prematuras, lesiones y discapacidad
(1, 2).
La violencia juvenil daña profundamente no solo
a las víctimas, sino también a sus familias, amigos y
comunidades. Sus efectos se ven no solo en los casos
de muerte, enfermedad y discapacidad, sino
también en la calidad de vida. La violencia que afecta
a los jóvenes incrementa enormemente los costos
de los servicios de salud y asistencia social, reduce
la productividad, disminuye el valor de la propiedad,
desorganiza una serie de servicios esenciales y
en general socava la estructura de la sociedad.
No se puede considerar el problema de la violencia
juvenil aislado de otros comportamientos
problemáticos. Los jóvenes violentos tienden a
cometer una variedad de delitos; además, a menudo
presentan también otros problemas, tales como
el ausentismo escolar, el abandono de los estudios
y el abuso de sustancias psicotrópicas, y suelen
ser mentirosos compulsivos y conductores imprudentes
y estar afectados por tasas altas de enfermedades
de transmisión sexual. Sin embargo, no todos
los jóvenes violentos tienen problemas significativos
además de su violencia ni todos los jóvenes
con problemas son necesariamente violentos (3).
Hay conexiones cercanas entre la violencia juvenil
y otras formas de violencia. Por ejemplo, presenciar
actos violentos en el hogar o sufrir abuso
físico o sexual puede condicionar a los niños o
adolescentes de tal modo que consideren la violencia
como un medio aceptable para resolver los problemas
(4, 5). La exposición prolongada a conflictos
armados también puede contribuir a crear una cultura
general del terror, que aumenta la incidencia
de la violencia juvenil (6–8). La comprensión de
los factores que incrementan el riesgo de que los
jóvenes se conviertan en víctimas o perpetradores
de actos violentos es esencial para formular políticas
y programas eficaces de prevención de la violencia.
En este informe, se define a los jóvenes como las
personas de edades comprendidas entre los 10 y
los 29 años. No obstante, las tasas altas de agresión
y victimización a menudo se extienden hasta el
grupo de 30 a 35 años de edad y este grupo de
jóvenes adultos de más edad también debe ser tenido
en cuenta al tratar de comprender y evitar la
violencia juvenil.